Salve, Raiz; Salve, Puerta.


Vi su radiante figura remontándose a la altura
recostada en el Amado.
Y era como una paloma que sube del agua pura
cortando el aire callado;
un inenarrable aroma dejaba su vestidura,
como si todas las flores que tiene la primavera
condensaran sus olores en su hermosa cabellera.
Y ella subía, subía, subía hasta el Cielo sumo
como varita de humo que hacia los aires envía
la mirra más excelente, mezclada con el incienso:
y el claro sol, a su ascenso, le rodeaba la frente.


Sólo la Niña aquella,
la Niña inmaculada,
la Madre que del hijo recibió su hermosura,
la Virgen que le dice a su Creador criatura,
sólo esa Niña bella al cielo fue elevada.
Los luceros formaron innumerables filas,
tapizaron las nubes el cielo en su grandeza;
y aquella Niña dulce de sin igual belleza
llenaba todo el cielo con sus claras pupilas.
Nuestro barro pequeño, de nostalgia extasiado,
ardientemente quiere subir un día cualquiera
al cielo, dónde el barro de nuestra Niña espera
purificar en gracia nuestro barro manchado
Hasta los apócrifos que lee Jose Esteban te mentan, Virgen Asunta al Cielo; Virgen Dormida, devoción de San Agustín.


Foto: Juan Luis González Gallardo

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